Relato de cien pisos

Cien pisos de altura, dicen que el edificio es verdaderamente alto, es un rascacielos y, además, nadie sabe exactamente cuantos metros o pies tiene. En aquellos pisos debe haber cientos de oficinas y cubículos en los que la gente guía su rutina diaria.

Entran y salen miles de personas a diario: las que trabajan allí, las que entran a conocerlo, las que quieren ir al último piso, las que van en busca de algo que cambie su vida. Las filas se hacen largas para tomar el ascensor, todos deben subir.

¿Alguien sabe qué tipo de oficinas hay allí? No, todos saben que entra gente a trabajar, pero nadie sabe que clase de negocios se manejan allí; apuesto a que ni las mismas personas que a diario laboran diez horas, no saben cuál es el propósito de sus actividades.

Los rascacielos guardan una gran cantidad de suicidas en su interior, muy pocos logran cumplir su objetivo, pero todos tienen en común el idear su muerte lanzándose de uno de los pisos del edificio, sentir el viento por todo su cuerpo, y golpear el piso con tanta fuerza que su huella quede en el pavimento; pero no contemplaron que su huella no perduraría, y la gente encargada de la "belleza" de la ciudad, o del mismo edificio eliminarían aquella fatídica huella.

Lo cierto es que el edificio guarda personas, aquellas que llevan zancos escondidos bajo las suelas de sus zapatos, las que lloran en el baño y utilizan una mascara a prueba de agua para que no se note en su rostro lo que hicieron, aquellas que pierden sueños cada año que mantienen el mismo empleo.

Dos pisos deben estar llenos de personas felices, noventa pisos con personas infelices, y los ocho restantes de las personas que van a conocerlo.

Puedo contabilizar lo que desee, elaborar estadísticas acerca de la gente dentro, y por estúpido que parezca, no recuerdo su nombre.