Era glorioso ver ese espectáculo, si pestañeaba me lo perdía, y la sonrisa en mi rostro lo reflejaba todo. Satisfacción, asombro, alegría.
Nunca ubicaba las fichas como iban apareciendo, siempre tenían su respectivo orden de color. Primero las amarillas, le seguían las azules, las verdes y al final las rojas, eran las que más me gustaban. Una de las piezas incluidas era un triangulo con escalones, y para poner las fichas allí tenía que ser muy cautelosa, de lo contrario derribaría todo lo alcanzado hasta ese momento.
Mi abuelo, tan paciente, me ayudaba a armarlo, y aun guardo aquella foto en la que estamos los dos mirando las fichas y ordenándolas. Deben haber pasado 20 años desde el día en que tomaron la foto, y es uno de mis primeros recuerdos.
Las fichas se perdieron, talvez y con mi hermano las desparramamos por nuestra casa, por la de nuestros abuelos, o quizá crecimos y nos pareció pequeño o aburrido, o quizá la niñez se nos escapó y empezamos a pedir cosas de grandes. A pesar de eso, fue el mejor juguete que a mis tres o cuatro años pude tener.