Disparo en el sexto piso


Rosario toma el arma en sus manos y apunta al espejo. Soy yo, es ella, es el mundo al que quiere matar. Y dispara. Es el sexto piso.

En el quinto piso está Julio sentado en su cama. Desayuno de hoy: cereal y café. Tareas para el día: esconderse de los cobradores. Escucha un grito en el apartamento de arriba, luego un disparo. Se esconde bajo su cama.

Cuarto piso: el piso de los Romero. Mariana Romero y su esposo. Ella manda en casa. Su esposo tal vez no tiene nombre y a duras penas se ha visto su rostro. Mariana saca a pasear al perro y su esposo sube a la terraza a colgar la ropa recién lavada. Suena un disparo y él espera que la bala haya sido para su esposa.

Enrique mira su reloj, aún tiene 15 minutos para matar antes de tener que salir. Lleva puesto un traje que su padre le regaló tres años atrás. Bebe su jugo de naranja y al acercarse a la puerta escucha un sonido fuerte. No lo toma en cuenta y sale. Está en el séptimo piso y el ascensor está dañado; deberá caminar hasta abajo.

El sexto piso tiene un silencio sepulcral. Afuera suenan las sirenas de la policía y una ambulancia llega muy apurada, casi como si estuviera retrasada. Los paramédicos corren adentro del edificio. Rosario sale del edificio esposada y acompañada por un policía.

El marido de Mariana (con cara de decepción), habla con Julio (quien disimula el susto), sobre lo acontecido, muy cordiales ellos, se tratan como viejos amigos y miran a Rosario con desprecio. Mariana vio los autos de policía y decidió regresar cuando ya no estuvieran. Enrique termina de hablar con un policía sobre lo sucedido y sale corriendo a su destino; ahora sí está atrasado.

Todos escuchan la camilla bajando por las gradas y dejan de hablar. Los paramédicos se apresuran en meter la camilla, tapada por una sabana blanca, en la ambulancia, pero se les resbala de las manos. Los pedazos de vidrio caen fuera de la camilla y todos los presentes reflejan sorpresa y horror en sus rostros.