Olvidemos a Walter por un momento

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Al final de "Breaking Bad" nos despedimos de Walter White pero me quedé pensando en por qué terminé odiando a Jesse Pinkman y rectificando que Skyler no era tan mala como la habíamos pintado.

Todo ese odio hacia Skyler por no apoyar a Walter en lo que hacía, por traicionarlo con su jefe para obligarlo a salir de casa y divorciarse, se nota que el adulterio nos jodió más que el imperio de metanfetamina que estaba creando Walter. Nos molestó tanto que sacará a sus hijos de la casa y los enviara con el tío Hank y la tía Marie para quedarse los dos solos y hacer que Walt deje de cocinar. Pero no pensamos en Skyler como la esposa y la madre, es decir, ¿qué clase de mujer hubiera aceptado que su esposo se dedique al negocio de la droga? Skyler reaccionó como cualquier otra mujer, y claro, no se justifica que haya engañado a Walter, pero luego de eso terminó cediendo y lo ayudó para lavar su dinero. ¡Lo ayudó! hizo lo que él desde un inició quiso, e incluso se puso más protectora que Walter cuando le pidió que matará a Jesse. ¿Cómo pueden seguir odiando a Skyler? Hasta el final ella estuvo junto a Walter, le ayudó haciendo el video para culpar a Hank con tal de que dejen en paz a su familia. No se le puede pedir más a Skyler porque hizo todo lo que pudo para mantener a su familia unida y a salvo.

Por otro lado está Jesse, el chico que a todas les andaba robando suspiros, la cara "inocente" de la moneda que formaban con Walter, al que al final terminé odiando por su papel telenovelesco. No recuerdo un solo episodio de la quinta temporada en el que no llorara o se la pase en casa encerrado, fumando hierba solo o con Badger y Pete, sufriendo con sus millones de dólares por no estar con Andrea. ¿No se cansaron tanto como yo de verlo así en cada episodio? Jesse pasó de ser el tipo que vendía droga, que se la metía, que sólo le importaba la plata, al tipo sentimental que no se hallaba a sí mismo. Primero sentí cierta simpatía con él, luego empecé a odiarlo, y cuando se juntó con Hank y le contó todo, me la pasaba esperando el momento en que Walter lo matará... o alguien. Tal vez que lo hayan tenido prisionero, cocinando meta para los nazis como un esclavo, sea su karma por contar todo, por desencadenar la muerte de Hank y Steve, por hacer que Walter pierda la cabeza. Walter fue manipulador y todo un desgraciado, en especial cuando envenenó a Brock, pero siempre trató de cuidar de Jesse, muy maquiavélico pero siempre por Jesse, y eso lo digo simpatizando con Walter.

Por estas razones creo que Skyler fue la esposa perfecta, yendo a los extremos con tal de recuperar al viejo Walt, y que Jesse se dejó vencer por la presión quedando como un niño pequeño que se la pasa llorando en la esquina de un cuarto.

Adiós

Aquellos dos sabía de su existencia sin siquiera haberse conocido, sin haberse mirado, pero si habiéndose leído cientos de veces. La maravillosa y peligrosa red, aquella invisible que tenemos en casa, al alcance de un clic fue lo que los unió.

Él se enamoró de ella mucho antes de que ella lo hiciera. Él se enamoró del personaje que ella era, y para ella, él simplemente era palabras. Él podía sentirla a diario, tocarla sin tocarla, y  sentir que afuera, en algún lugar ella caminaba pensando en que escribirle, y esa era su más grande fantasía. Ella no sentía nada, simplemente seguía con su vida, y le escribía, sin ilusionarse de éste personaje tan real y a la vez tan creado en su mente.

Los parques, esos lugares que hacían de testigos del amor de cientos de parejas han dejado de lado su protagonismo y le han pasado tan gran honor a los teclados, esos rectángulos con letras que han visto cientos de historias decirse, y ese era su escenario, nada más que el teclado para expresarse, y la pantalla para sentir.

A ella le aterraba hacer realidad la fantasía, y sobre todo que se desvaneciera, pero para él la fantasía nunca iba a desaparecer, la fantasía tal vez no existía, la fantasía era su vida, era su realidad. Tan distintos y con tanto en común.

Las ganas de él por conocerla aumentaban cada día, y buscaba pretextos para hablar con ella a diario, y aunque no sacaba el tema de conocerse muy seguido ella podía sentir que él lo deseaba, y al final ella se dejó convence. La curiosidad que ella sentía por saber quién era ese personaje con el que tanto tiempo pasaba hablando había aparecido apenas unos días antes de que quedasen en verse.

El día llegó, iban a verse por primera vez a las 4 pm de un martes en un parque. Era un día de esos llenos de viento y con un sol que derretía a cualquiera. Ella llegó 10 minutos tarde y cuando estuvo a 5 metros de distancia supo que él iba a romper su corazón. Se saludaron, se abrazaron como si se conocieran desde hace años, y él llevaba el encuentro a su gusto, guiándola en las conversaciones, en los lugares por los que caminaban, pareciendo un simple amigo.

Las citas continuaron, y para ella todo había cambiado, eso no era una simple fantasía, era real, y era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo, y él ocultaba su emoción, sus sentimientos y lo mucho que disfrutada de ella.

La amistad cambió con el primer beso dentro de una sala de cine, ya no eran conocidos, y tal vez nunca pasaron como amigos, pero fueron directo a ser novios. Ella empezó a enamorarse de él, y cada día que pasaba con él lo atesoraba como a una joya cara entre las hojas de un diario, y él trataba de aprovechar las horas desocupadas de ambos en estar juntos, caminar, tomarse de las manos y simplemente estar juntos.

Pasaron los meses entre salidas, conversaciones, creando escenarios en los que ellos estaban juntos, sintiéndose cerca en las noches aunque estuvieran lejos, queriéndose. Aunque todo marchaba bien un día ella despertó sintiendo la monotonía de su vida; quería sentirse más deseada de lo usual, mucho más importante, dejar de ser simplemente la novia que nadie conocía, y simplemente se fueron separando. Nunca terminaron la relación, nunca se dijeron adiós o algo parecido, simplemente separaron sus vidas.

Él rompió su corazón, simplemente la olvidó, y aunque ella trató de mejorar las cosas, al parecer él dejó de quererla.

Luego de las semanas de tristeza, de llorar por noches enteras la felicidad la invadió, y aunque aún no lo había olvidado y seguía extrañando todo él, podía sentirse feliz de haber querido de nuevo, y de haberse sentido amada. Quizá esa fue la despedida que necesitaba.

Volver

Volver es regresar por las piezas que olvidaste cuando rompiste la muñeca de porcelana de mamá y pegaste mal.
Volver es tomar el borrador y corregir la respuesta que estaba mal en el examen.
Volver es caminar para atrás porque ya sabes el camino hacía adelante.
Volver es ver a tus amigos de la niñez, reír, y dejar de verlos cientos de días.

Volver es decirle de nuevo "sí" a tu ex porque no cerraste el círculo, porque no lo olvidaste, porque necesitas hacerlo.
Volver es querer ir a aquel lugar que tanto te gusta, ese que está lejos y se te hace difícil llegar; ese que queda cerca pero es más duro el camino para llegar.
Volver es ver la gente que quieres de lejos.

Volver es de valientes, no acepta al que quiere huir.
Volver es reír de nuevo.
Volver es amar.

Volver, cambiar, desechar, recordar.
Regresar.

Efectos secundarios

Imagen tomada de www.lachicaalmodovar.com

Me gustan las películas en que el espectador va resolviendo el rompecabezas junto con el protagonista, y eso fue lo que me sucedió con 'Side Effects', la última película de Steven Soderbergh protagonizada por Jude Law, Rooney Mara, Catherine Zeta-Jones y Channing Tatum.

Rooney Mara luce tan frágil y femenina en esta película que no puedes creer que haya protagonizado a Lisbeth Salander en 'The Girl with the Dragon Tattoo', pero volviendo a su personaje en 'Side Effects' como Emily, tienes a una mujer que desde un inicio no luce feliz. Tatum interpreta a Martin Taylor, esposo de Emily (Mara), quien está por salir de la cárcel después de cumplir su condena de tres años después de haber intercambiado información privada. Emily empieza a sentirse deprimida y trata de quitarse la vida; tras ir al hospital conoce al doctor Jonathan Banks (Law) quien es el psiquiatra de turno en el hospital y es quien va a ir tratándola para erradicar su depresión. Como cualquier otro doctor receta medicamentos a Emily; el medicamento hace que ella sufra de sonambulismo y durante uno de esos episodios mata a su esposo. Law empieza a ser cuestionado por el tratamiento dado y su carrera y su vida personal se desmoronan. En un inicio Law desea ayudar a Emily hasta que descubre que ella ha estado mintiendo desde un inicio las mentiras de ella y su relación amorosa con su antigua psicóloga, la doctora Victoria Siebert (Zeta-Jones), para ganar dinero.

En un inicio la trama es acerca de una mujer con problemas, la historia cambia de protagonista, de víctima y de villano. Mara no es lo que dice ser, Law empieza a obsesionarse por limpiar su nombre, y una simple pastilla que mueve a todos los personajes de este drama lleno de engaños y sorpresas.

Soderbergh presenta un filme que permite al espectador ir armando el rompecabezas junto con los personajes, pero también haciéndolo sentir cercano a ellos, identificándose con ellos: puedes marearte con Mara, sentir la desesperación de Law, y sentirte lascivo como Zeta-Jones.

Claustrofobia


El sexto piso es el mejor lugar para que transcurra una historia. La mayoría de edificios de la ciudad tiene un promedio de 12 pisos, y me gusta el sexto aunque debería gustarme el cuarto por estar más cerca al suelo.

Un lunes cualquiera en que despierto para ir al trabajo tomo la bicicleta, el casco blanco y con la cinta de velcro pego el pantalón a mi tobillo derecho para que no se enrede o manche con la cadena. El ascensor está en mantenimiento y tengo que bajar seis pisos con una bicicleta encima. Llego a la planta baja cansado y saludo al guardia del edificio y me avisa que el mantenimiento a los ascensores terminará al medio día.

Me dirijo como siempre al sur, con el viento frío en la cara que cada mañana me hace doler la cabeza como si hubiera tomado un helado muy rápido. Son 23 cuadras las que debo recorrer para llegar al trabajo una más larga que la anterior.

Las bancas de madera frente al edificio en el que trabajo están manchadas de pintura verde pero ningún edificio está pintado de ese color, siguen igual de viejos que ayer.

No hay guardia en la recepción así que puedo subir la bicicleta en el ascensor hasta el sexto piso en el que trabajo. Ese ascensor de capacidad para ocho personas al que subo con miedo. Es un ascensor viejo, y cada vez que subo siento claustrofobia y cuento los segundos para llegar a la oficina: 1, 2, 3, 4… 36; son 36 los segundos en que el pánico de quedarme en ese pequeño lugar me invade, en que mi garganta ahoga un grito y mis lágrimas quieren derramarse. Pero contengo todo el miedo porque nadie puede verme llegar en mal estado al trabajo.

Sexto piso oficina 101. Entro y saludo, guardo la bicicleta en el baño. Ocho horas después tomo la bicicleta y salgo. De nuevo el ascensor; dudo un momento entre presionar el botón para llamarlo o bajar los las gradas. Tendré que tomar el ascensor, estoy muy cansado como para bajar caminando. Espero un momento y la puerta se abre, el guardia está adentro y lo saludo. El botón de PB está encendido y empieza mi conteo: 1, 2, 3, 4, 5… 36, y el ascensor se detiene.

Respiro profundo tres veces y monto la bicicleta en dirección al norte. Esquivo autos, gente, y me creo el dueño de la calle, no me importa quién se interponga en mi camino. Llego a casa, anochece, ceno y duermo.

Es martes: el jugo de naranja se terminó, el café sabe raro, el teléfono ha estado sonando y no quiero contestarlo porque sé que son los bancos que me buscan para que les pague. El ascensor ya funciona así que bajo por allí. Subo a la bicicleta y trazo el mismo camino de hace siete meses.

Todos los días son iguales, siempre con la misma rutina, y a veces llegando tarde a casa por ir a tomar un café o una cerveza con alguien. A veces necesito tanto estar con gente que casi debo rogar a alguien, y cuando logro armar algo me cancelan.

Un día de agosto, no recuerdo la fecha, pero sí recuerdo que era uno de esos días soleados en que el viento sopla fuerte, levanta polvo y necesitas llevar gorra, gafas, protector solar y ropa cómoda. Demoré 10 minutos más en salir de casa para ir a trabajar y entre la avenida Amazonas y la Isla Tortuga tropecé con una mujer a la que no vi por mirar el tráfico. Raspé mi rodilla y ella su brazo. Me disculpé y fuimos a una farmacia que estaba cerca para comprar alcohol, algodón y banditas para las heridas. Me dijo que su nombre es Margarita, yo le dije el mío: Fernando. Luego del ardor del alcohol en la herida y un par de risas, cada uno tomó su camino.

Tenía un buen pretexto para llegar tarde a trabajar. Fue un día cansado, con mucho trabajo por entregar y por el retraso de la mañana tuve que quedarme trabajando sólo en la oficina hasta tarde.

Soñé con Margarita esa noche, la siguiente, y toda la semana. No podía olvidarme de ella. No puedo negar que era bastante guapa, con una sonrisa perfecta, su cabello largo y castaño, y sus ojos con un tono café claro que me había encantado.

Pensaba bastante en el momento en que pueda encontrarla de nuevo, por casualidad o por accidente, otra vez.

Casi un mes y medio después del accidente la volví a ver corriendo por el parque metropolitano. Yo estaba lejos de ella, y de seguro ella no podría verme pues los arboles me tapaban. Yo estaba en mi bicicleta y cambié mi trayecto para alcanzarla y saludarla. Me miró y me saludó con una linda sonrisa, se quitó sus audífonos y hablamos por 5 minutos; ella tenía que seguir corriendo y le propuse tomar algo en uno de los puestos en los que venden jugos dentro de una hora. Seguí pedaleando por media hora y luego fui al puesto en que la cité. Miraba el reloj cada dos minutos esperando que se cumpla la hora y que ella apareciera corriendo hacia mí.

Hablamos del accidente, de las heridas, de nuestros trabajos, nuestra edad, el lugar en el que cada uno vivía, y después de tres jugos de naranja y una hora y media de conversación le pedí su número de teléfono y nos despedimos.

Tres días después la llamé y la invité a tomar un café. Un mes después nos habíamos convertido en novios. Nos la pasábamos mirando películas en el cine, hablando de música y nuestros gustos eran tan diferentes que ninguno cedía en aceptar que cierto grupo era mejor que al que el otro prefería.

Estaba tan feliz que subirme en el ascensor ya no me daba tanto miedo y hasta había dejado de contar el tiempo que estaba encerrado.

Hace meses que no me siento mal; Margarita es una gran persona y ha ayudado a que mi vida sea más fácil, feliz y llena de cosas buenas. Hace una semana le propuse vivir juntos y ella aceptó. Hoy tendremos una fiesta para estrenarnos como pareja viviendo en un mismo lugar. Mañana pasaría su primera noche conmigo, en nuestro apartamento.

Falta una hora para que la gente empiece a llegar e iniciar con la celebración. Tengo un anillo de compromiso en mi bolsillo, y con todos nuestros amigos aquí, le pediré que se case conmigo. No puedo negar que siento ansiedad por lo que voy a hacer y por saber cuál será su respuesta, pero creo que puedo manejarlo.

Los amigos están llegando y todo está perfecto. Para controlar los nervios tomaré un par de tragos, creo que será mejor si bebo whyski mientras hablo con los invitados, eso sí, sin descuidar a Margarita.

Han pasado casi dos horas y he bebido demasiado; me siento mal, no sé sí sea buena idea hacer la propuesta hoy. Siento que voy a quedarme dormido en cualquier momento en el sofá de la sala.


Todo me da vueltas, ¿en dónde estoy? Todo está oscuro y no sé en dónde estoy, sólo quiero la luz, quiero salir. Me pongo de pie y no puedo ver nada, quiero encontrar la puerta y mi ansiedad aumenta, siento los latidos de mi corazón aumentando, y mi respiración se agita, sólo quiero salir a la calle. Y grito con todas mis fuerzas.

Siento que alguien me toma por la espalda, ¿qué hace? No sé quién es, no sé qué quiere, ¿tal vez matarme? No, no puedo dejar que me siga tocando, y lo golpeo. Y lo tiro a la cama y me defiendo, pero también quiere defenderse, y no lo permito, y alcanzó a coger una lima de uñas y se la clavo, y se la vuelvo a clavar. Está inmóvil, ahora puedo encontrar la puerta. Con mucha desesperación voy tocando por las paredes y encuentro la manija, la abro y salgo corriendo. En la sala la luz está encendida y miro mis manos llenas de sangre.

Voy a la cocina y tomo un vaso de agua; han pasado por lo menos 20 minutos y me siento un poco mejor. Debo acercarme nuevamente al cuarto y ver quién estaba atacándome.

Camino despacio hacia mi cuarto, enciendo la luz y allí está ella, acostada y sangrando como si un animal la hubiese atacado; ¡ese animal soy yo! No quiero toparla, no quiero verla. Busco el saco en el que guardé el anillo, lo tomo y abro la ventana y me siento con mis piernas hacia afuera. Tiro el anillo y veo como cae al suelo, yo también quisiera caer y no romperme como el anillo; no quiero volver a pensar en nada.