Textos de la noche

Todas las noches con él comienzan igual, simplemente con un mensaje de texto. Quiero rehusarme a salir corriendo por la puerta una vez más, pero es imposible. Tan sólo con una palabra, puede hacer que invente algún pretexto, un evento, una reunión, para ir y verlo.

Llego a su apartamento, y como siempre una copa de vino me espera en la mesa de sala. La tomo, la bebo, ya sin siquiera disfrutarla. Aparece él, con su cara de ansiedad. Ya no hay tiempo para hablar, hace varias noches, los formalismos terminaron. Todo cumple la misma rutina, los mismos besos, las mismas caricias, los mismos movimientos, la única variante son las sábanas de su cama. Cuanto placer, cuanto sudor, cuanta satisfacción en los dos. Quedarnos abrazados no es una opción.

Nuestros ojos reflejan la extenuación de nuestros cuerpos, de aquel rodar y rodar, en una cama que siempre me parece ser más grande. Lo único que puedo decir al final es “regálame un vaso con agua”.

Nos despedimos con un beso, por compromiso y por gratitud; los dos coincidimos diciendo “me llamas”, sabiendo que esto funciona con un simple mensaje de texto. Salgo de su apartamento, aún no es tan tarde, y camino por la calle un rato, tratando de arreglarme un poco, y también buscando una tienda y conseguir un cigarrillo.

En ese cigarrillo, están las palabras no dichas que se desvanecen con el humo, las cenizas que se apagan como las agarradas de mano que alguna vez hubieron, y esa colilla doblada que queda en el suelo son los abrazos rotos tan necesitados, tan suspirados, tan hablados, que nunca nos daremos.

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